Para nadie que se precie de entender la “realidad
nacional” boliviana en los albores del siglo XXI, le resulta ajeno el
hecho de que en la última década hemos asistido a un cambio de época en
el país, esto con mucho mayor énfasis en lo concerniente a las grandes
ligas de la política nacional, es decir, el nivel central de gobierno.
A grandes rasgos, se puede afirmar que hemos dejado atrás el modelo de
Estado liberal que le dio forma al país durante las dos últimas décadas
del siglo XX, modelo que se caracterizó por una sistemática reducción a
mínimos históricos del aparato burocrático estatal. Cabe mencionar que
durante este periodo se experimentaron de manera sucesiva déficits
fiscales que inflaron nuestra ya enorme deuda externa, situación que
obligaba a los gobiernos de turno a hacer un uso racional de los pocos
recursos con los que se contaba, hecho que resultaba ser un detonante
que, de manera cíclica, incendiaba la holística y compleja efervescencia
social que caracteriza a nuestro país (este último fenómeno se mantiene
invariable).
CAUDILLOS. Otra de las características
del anterior periodo fue el hecho de que se alternaron en el nivel
central de gobierno caudillos de tamaño medio, mismos que en ninguno de
los procesos electorales lograron obtener la mayoría simple del 50 por
ciento más 1, por lo que se propició una “democracia consensual”, en la
que se conformaron grandes coaliciones de gobierno que incorporaron a
fuerzas políticas minoritarias, a efecto de que el circunstancial
oficialismo logre tener algo de gobernabilidad.
Pero
todo ciclo llega a su epílogo y el periodo neoliberal no fue la
excepción, tal como afirmara Alexis de Tocqueville: “En política, a
veces, lo más difícil de apreciar y comprender es lo que sucede frente a
nuestros ojos”; Y el cambio de época sobrevino como un alud que nadie
divisó y que terminó sepultando a una buena parte de la clase política.
Emergiendo en paralelo el neo-caudillismo de Evo Morales que de
inmediato se proyectó en el escenario nacional. Este caudillo alzaba
otras banderas y se empoderaba con otro discurso el 22 de enero de 2006;
la revalorización de lo “nacional popular” (bandera política del MNR
histórico), el indigenismo, una marcada posición ideológica globofóbica
(el rechazo por la globalización, teniendo como máximo exponente a
Estados Unidos y sus aliados) y el rechazo por la implementación de
autonomías en Bolivia, esto último, por lo menos en el oriente del país,
le sigue pasando factura política en las elecciones subnacionales de
gobernadores y alcaldes.
En esta nueva época, que ha
traído también una nueva Constitución Política del Estado, los
bolivianos, no hemos tenido otro presidente que no sea Evo Morales,
quien acaba de estrenarse en su tercer periodo de gobierno, por lo que
también ésta es su época. Este periodo se ha caracterizado por amplios
márgenes de gobernabilidad, gracias a la “democracia mayoritaria”
instaurada por Morales, esto como resultado de los amplios márgenes de
votación con los que ha salido electo y que le han permitido controlar
los dos tercios en ambas cámaras de la Asamblea Legislativa
Plurinacional, durante los dos últimos periodos.
En
este contexto, Morales en una primera instancia se opone de manera
radical a la instauración de autonomías en Bolivia, posteriormente y
luego de sendas derrotas, cambia de discurso de forma inteligente y
pragmática, arropándose hábilmente la reivindicación autonómica, antes
de ser aplastado por el tren de la historia. Éste es el periodo de mayor
polarización política en el país y en el cual el Ejecutivo nacional
comenzó a ejercer el poder de manera abusiva e injustificada contra las
principales cabezas de la oposición: se destituyeron y apresaron a
autoridades democráticamente electas, se utilizó el caso de supuesto
terrorismo para descabezar a la oposición, infringiéndole una derrota
política y militar; generando un clima de resistencia y rechazo hacia el
MAS, algo que se ha disuelto medianamente en la última elección
nacional gracias al acercamiento de Morales con los sectores
empresariales cruceños.
A lo anteriormente expuesto,
se deben de sumar otros dos factores: 1) no se ha ejecutado ninguna
obra de impacto financiada por el Ejecutivo nacional en el municipio de
Santa Cruz; y, 2) debido a las sucesivas pugnas y purgas internas del
MAS, no se ha permitido que emerjan “caudillos” oficialistas de carácter
local y mucho menos regional, pues podrían hacerle sombra al “jefazo” y
disputarle el liderazgo del instrumento político en el mediano plazo.
Ante los múltiples e incesantes embates oficialistas, los partidos
políticos de oposición y los distintos grupos de poder, han encontrado
en los niveles de gobiernos subnacionales sus espacios naturales de
supervivencia y reproducción del poder, mientras aguardan la oportunidad
de reorganizarse y dar el gran salto al escenario nacional.
Finalmente, a todo lo anterior se debe que en Santa Cruz estemos frente
a unas elecciones municipales con resultados cantados con antelación
(más acentuado aún en las departamentales), fenómeno característico de
la nueva era en que nos encontramos. Por lo que la votación del próximo
29 de marzo no se centrará para nada en las propuestas electorales de
los candidatos, sino en su carisma y aceptación popular, es decir, un
populismo puro y duro en el que la trilogía de los Fernández, le lleva
una ventaja de más de dos décadas al “candidato prestado” del MAS, por
lo que resulta casi irrelevante la artillería propagandística que pueda
disponer el partido oficialista, pues su pólvora esta mojada y deberá
resignarse al premio consuelo del tercer lugar, salvo que ocurra un
seísmo político que altere la correlación de fuerzas, que de momento se
mantienen céteris páribus (latín: ‘permaneciendo el resto constante’,
‘todo lo demás constante’).
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