Se dice que Lucifer cayó a la tierra durante nueve días en forma de una
bola de fuego cuando fue expulsado por Dios del cielo; en analogía,
nosotros caímos de los árboles en un santiamén y de inmediato nos vimos
frente a la encrucijada de aprender a caminar sobre nuestros dos pies.
Una vez superada la desafiante prueba, motivados por el instinto de
supervivencia, aprendimos a correr para escapar de los distintos
desastres naturales y de los múltiples depredadores que se cernían y
abalanzaban sobre nuestra especie en un medio que se nos presentaba
tremendamente hostil.
Pero sucedió un quiebre histórico, en una acción desesperada y casi suicida, nos armamos de valor y comenzamos a correr portando palos y piedras detrás de otros animales para cazarlos, así fue que asistimos a nuestra iniciación como predadores. En ese preciso instante, la increíble máquina humana había culminado exitosamente la programación de un importantísimo software en nuestro código genético, el sentido simpático, que nos predispone para atacar o escapar, mecanismo que se activa de manera involuntaria en situaciones de amenaza a la supervivencia.
Con el sentido simpático configurado en nuestro código genético, nos hicimos con un arsenal de armas químicas, entre otras, adrenalina y endorfinas, gracias a ellas cambiamos nuestro carácter y, por consiguiente, el destino de nuestra civilización; el mundo nunca más volvería a ser el mismo. Se desencadena otro quiebre histórico, se da inicio a la interminable pugna planteada por el ‘materialismo histórico’, que se basa en explotación del hombre por el hombre, pues quien no logra sobreponerse por la vía de la fuerza ni escapar a determinada realidad dada, debe someterse, voluntaria o involuntariamente, al orden imperante, antagonismo que solo culminará cuando llegue el fin de los tiempos para nuestra especie.
Correr en nuestros días se ha vuelto una disciplina deportiva, que, al contrario de cualquier otro deporte, no necesita absolutamente nada para practicarlo, solo basta con seguir nuestro instinto básico de supervivencia. Para muestra un botón: el etíope Abebe Bikila ganó corriendo descalzo la medalla de oro en la maratón de Roma en 1960.
Y es que corrimos durante miles de años explorando, poblando y conquistando los cuatro puntos cardinales del globo, pero la gloriosa era de los corredores sería eclipsada por el advenimiento de la rueda, invento que transformaría nuevamente a la humanidad, pero en un brevísimo periodo de tiempo, pues con ella llegarían diferentes medios de trasporte que harían más fáciles y llevaderas nuestras tareas cotidianas. De la rueda al smartphone hay un solo paso, ambos vinieron para facilitarnos la vida; en cambio, correr nos hace humanos.
Pero sucedió un quiebre histórico, en una acción desesperada y casi suicida, nos armamos de valor y comenzamos a correr portando palos y piedras detrás de otros animales para cazarlos, así fue que asistimos a nuestra iniciación como predadores. En ese preciso instante, la increíble máquina humana había culminado exitosamente la programación de un importantísimo software en nuestro código genético, el sentido simpático, que nos predispone para atacar o escapar, mecanismo que se activa de manera involuntaria en situaciones de amenaza a la supervivencia.
Con el sentido simpático configurado en nuestro código genético, nos hicimos con un arsenal de armas químicas, entre otras, adrenalina y endorfinas, gracias a ellas cambiamos nuestro carácter y, por consiguiente, el destino de nuestra civilización; el mundo nunca más volvería a ser el mismo. Se desencadena otro quiebre histórico, se da inicio a la interminable pugna planteada por el ‘materialismo histórico’, que se basa en explotación del hombre por el hombre, pues quien no logra sobreponerse por la vía de la fuerza ni escapar a determinada realidad dada, debe someterse, voluntaria o involuntariamente, al orden imperante, antagonismo que solo culminará cuando llegue el fin de los tiempos para nuestra especie.
Correr en nuestros días se ha vuelto una disciplina deportiva, que, al contrario de cualquier otro deporte, no necesita absolutamente nada para practicarlo, solo basta con seguir nuestro instinto básico de supervivencia. Para muestra un botón: el etíope Abebe Bikila ganó corriendo descalzo la medalla de oro en la maratón de Roma en 1960.
Y es que corrimos durante miles de años explorando, poblando y conquistando los cuatro puntos cardinales del globo, pero la gloriosa era de los corredores sería eclipsada por el advenimiento de la rueda, invento que transformaría nuevamente a la humanidad, pero en un brevísimo periodo de tiempo, pues con ella llegarían diferentes medios de trasporte que harían más fáciles y llevaderas nuestras tareas cotidianas. De la rueda al smartphone hay un solo paso, ambos vinieron para facilitarnos la vida; en cambio, correr nos hace humanos.
Texto: Romano Paz
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