En la antesala de elecciones presidenciales,
nuevamente vemos como se banaliza la política, en este escenario si uno es
crítico con el poder de turno, sin reparos, los acólitos del régimen, lo tildan
a uno de facho y de ser operador de la derecha, en su defecto, si uno es
condescendiente con orden establecido, también rápidamente es acusado de ser militante
de las filas del socialismo autoritario que hoy gobierna con puño de hierro al
país.
Lamentablemente no suele haber cabida para
puntos intermedios y equis distantes, lo cierto es que tanto el oficialismo
como la oposición, han incurrido e incurren frecuentemente en prácticas
autoritarias y eventualmente fascistas, sin embargo, quien tiene mayor
capacidad de ejercer su poder de manera implacable es el oficialismos, sus
herramientas son; sistema de premios y castigos para romper las filas
opositoras, movilización de recursos para comprar conciencias, aprovechar la
oportunidades políticas para descabezar a la oposición (caso terrorismo,
destitución inconstitucional de autoridades electas, etc.) y concentración del
poder el órgano ejecutivo, con lo que se elimina o neutraliza el sistema de
frenos y contrapesos, además del poder de veto de la minorías.
Cabe reflexionar que mientras los unos son
orgullosos de su línea de pensamiento liberal, los otros son de discurso
neo-nacionalista e izquierdista, pero su ejercicio de la política es un blend
(mezcla) de las practicas de la derecha intolerante y de la izquierda
stalinista, los fachos, acusan de ser fachos a terceros; ¿qué tal esa…?
El ejercicio
democrático del poder debemos aceptarlo
el menor de los males, sobre este punto mi horizonte u ideal
"individual" es el Übermensch (súper hombre) de Nietzsche, que
plantea el autocontrol del individuo, fenómeno que como bien social es una
utopía irrealizable a la que nadie en sus más salvajes sueños de apostar, y que
como actitud individual es medianamente alcanzable, ya que somos humanos,
demasiado humanos.
Al respecto, el filósofo Luís Villoro (Barcelona,
1922 – Ciudad de México, 2014) reflexiona lo siguiente: el fin último del poder es la abolición del poder impositivo, mientras
no pueda lograrse, su propósito es limitar y controlar el poder existente. Si
ha de ser fiel a sí mismo, el contrapoder no puede reemplazar un poder por
otro, ni oponer una a otra violencia. Sin embargo, ante la resistencia del
poder, a menudo mina sus actos. De resistencia contra el poder a nombre de un
valor, se transforma en un poder impositivo más. Entonces se niega a sí mismo y
deja libre el curso al círculo de la violencia. Por mi parte, creo que todo poder
debe de ser vigilado y alternado.
Texto: Romano Paz