En la denominada batalla de las ideas, somos interpelados por la sociedad desde mucho antes de que tengamos uso de razón, ya desde el vientre materno comenzamos a escuchar los primeros fonemas de lo que será nuestro futuro idioma nativo. Por natura cuando llegamos a este mundo somos curiosos, rebeldes e irreverentes, los niños tienen sembrada y anclada en su ser la semilla de la duda, es gracias a ese infinito: ¿Por qué esto?, ¿por qué lo otro?, que hemos desarrollado la ciencia en todos sus campos, ya que esta se basa en la duda, y eso ha sido crucial para comenzar a decodificar los misterios del mundo inteligible.
Volvamos a nuestro estadio de infante, con el
transcurrir del tiempo desarrollamos la capacidad cognitiva y afectiva (unos
más y otros menos), con ello, adviene inevitablemente lo que llamamos cultura
en el más amplio sentido de la palabra, misma que nos modula con esquemas
mentales (muchos de ellos absurdos), tales como tradiciones, mitos, costumbres
y un largo etcétera. Otra de nuestras condicionantes es el lugar de nacimiento,
que nos influencia vestimenta y gastronomía (históricamente se ha comido y
bebido lo que se produce en el entorno), en este punto no puedo dejar de
mencionar también a los rasgos físicos de los lugareños producto de la
adaptabilidad durante miles de años a ciertas condiciones derivadas de la
ubicación geográfica (clima, intensidad lumínica, altura sobre el nivel del
mar, etc.), mismas que han quedado desfasadas en su gran mayoría debido a que
la abolición de la esclavitud, la “pacificación del mundo contemporáneo” y el
establecimiento del derecho internacional, han propiciado un incremento
exponencial del turismo, la migración y
el comercio (lo que en el pasado era privilegio de pocos, puesto que durante
milenios la gente incrementaba sus posibilidades de supervivencia si permanecía
en la misma región donde había nacido), esto naturalmente ha propiciado un
intercambio genético promiscuo entre diversidad de naciones.
Si miramos lo largo, ancho y profundo del pasado,
hasta hace muy poco quien se aventuraba más allá de su mundo conocido, si no
iba en plan de conquista, con suerte solamente era subyugado a un nuevo amo
(contemporáneamente los invito a darse una vuelta por algunas zonas de
Centroamérica, África u Oriente Medio, ¿a ver cómo les va?
¡Ergo¡, indistintamente de los móviles ideológicos; guerra,
sometimiento, abuso, conquista, destrucción, emancipación, etc., son palabras
que se repiten con alarmante frecuencia donde quiera que el Homo sapiens haya
puesto un pie, sin viajar mucho en el tiempo, recordemos que la conquista del espacio se da y se sigue
dando en medio de una carrera espacial (la guerra de las galaxias), y como
guiño a la literatura recordemos que el náufrago Robinson Crusoe no pudo
disfrutar tranquilo de las paradisiacas playas de su desolada isla, entro en
una espiral autodestructiva demostrando que el hombre es lobo del hombre (su
enemigo fue él mismo). Me dirán que hay
excepciones y es correcto, pero casi todos esos sabios memorables terminaron
sus días en muy malas circunstancias, por no decir infames.
Sobre los males que aquejan a este valle de lágrimas, producto de las múltiples interpretaciones distorsionadas de la realidad (llámese cultura o ideología), desde el ciudadano promedio hasta el más ilustrado de los individuos afirman sin chistar que la educación es la mayor apuesta por la que pueden optar las sociedades para lograr “cambios positivos”. Algo con lo que discrepo rotundamente, como hemos visto, en todo momento estamos siendo educados, es más, estamos en los albores del siglo XXI y nunca antes habíamos tenido tanto conocimiento en la palma de nuestras manos (nunca se ha tenido tanta gente escribiendo y leyendo al mismo tiempo). El problema no está en la educación, el problema está en lo que aprendemos y en lo que enseñamos, no me digan que un radicalizado, un fundamentalista, un terrorista, un autoritario, un ultra nacionalista o un criminal, no son personas ilustradas en sus campos de conocimiento y en sus formas de proceder.
Para poder enseñar, primero hay que aprender, y para
aprender es necesario volver a ser niños y metafóricamente olvidarlo todo,
desaprender para comenzar a separar la paja del trigo bajo una máxima consigna;
“buscar el justo medio entre no hacernos daño y no causarle daño a los demás”, coloquialmente;
“vivir tranquilos y dejar vivir tranquilos al resto”, una verdadera quimera en
un mundo sempiterno en dogmas heredados de un inconfesable pasado, mire donde
se mire.
Texto: Romano Paz
*La opinión expresada en este artículo no es
responsabilidad del autor, inequívocamente representa la posición oficial de:
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