martes, 14 de junio de 2011

Democracia, autoritarismo y anarquía


En Bolivia, de forma descarada, el partido político en función de Gobierno se sirve de la democracia como mero instrumento simbólico para legitimar el poder mientras avanza en su toma total del poder, proceso que implica el establecimiento de sociedad cerrada que roza el pensamiento único, fenómeno expuesto magistralmente por el insigne filósofo judío-alemán Karl Popper en su libro La sociedad abierta y sus enemigos.

En términos generales, la sociedad abierta se basa en la discordia y conflictividad con un cierto grado de hostilidad que se genera, de forma natural, por la instintiva competencia de los ciudadanos con el afán de mejorar sus condiciones materiales de vida. Una sociedad abierta es heterogénea, se encuentra en permanente cambio, en permanente evolución; como se basa en el precepto ‘hobbesiano’ de que el hombre es el execrable depredador del propio hombre, surge la necesidad material de crear el Estado de derecho como instrumento de dominación de las élites políticas, acompañado del sistema democrático de libertades como mecanismo para domesticar el poder otorgado a los hombres por los propios hombres.

En este sentido, y según Elías Canneti, la democracia no es más que la simulación de una cruenta batalla en la que se ha cambiado los palos, los chicotes y las balas por los votos, confrontación en la que, por supuesto, es imprescindible la competencia de dos o más adversarios en relativas condiciones de igualdad. He aquí la respuesta de por qué los Estados con sistemas de partido único no son democracias, debido a que son sistemas políticos que limitan el pensamiento del ciudadano, ya que se han cerrado bajo el paraguas de una religión, una ideología o el culto casi divino a un mesías; por lo general, es un cóctel sangriento de esas tres variables, que violan abiertamente las libertades civiles de quienes difieren del orden establecido.

Por supuesto, las élites políticas opositoras que han salido derrotadas temporalmente luego de solucionado el conflicto inter-hegemónico de poder, no renuncian a sus intereses ni a sus principios. Inmediatamente y con actitud más incendiaria que crítica; han tratado de ser testimoniales y fiscalizadores de un oficialismo de corte autoritario, convirtiéndose en una piedra en el zapato para el Gobierno de turno. El MAS ha entendido perfectamente esto y como carece de una cultura democrática, utiliza a los enemigos de la sociedad abierta (es decir del pluralismo democrático) para hostigar, amedrentar y perseguir a una oposición política actualmente en descomposición, pero con posibilidades de rearticulación en el mediano plazo, sobre todo catapultada por el malestar creciente en una sociedad civil que comienza a cuestionar la actual administración del proceso de cambio.

Esto debido en parte, a que por un lado los diferentes grupos de presión, movimientos sociales y sectores afines al MAS se mueven libremente en la anarquía, cercando el Congreso, amenazando con la toma de ciudades e instituciones, confiscando arbitrariamente los bienes patrimoniales de opositores indígenas, humillando y ultrajando la integridad física de los disidentes, sobre todo en la zona rural del país, que es donde su proyecto de sociedad ha logrado cerrarse homogeneizando políticamente a sus integrantes. Statu Quo que ha visto alterado su punto de equilibrio luego del "Gasolinazo" y consecuente "Reculazo".


Por el otro, hay un cierto desgaste debido a que el oficialismo utiliza arbitrariamente los aparatos represivos del Estado para acorralar a una oposición política en desbande, son palpables más un juicio sumario y la incesante propaganda política que lleva hasta el hartazgo. Esto no es ningún misterio, ya en 1864 el abogado francés Maurice Joly, en su libro Diálogos en el infierno de Maquiavelo y Montesquieu, explicaba paso a paso cómo se pueden utilizar los mismos mecanismos democráticos para implantar un modelo autoritario de poder, manual que parece marcar la pauta a más de un ideólogo oficialista.

Texto: Romano Paz

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