Los mitos, las leyendas, las tradiciones, etc., nos cautivan
desde nuestra más temprana infancia, se convierten en tema de culto y
veneración literalmente sagrada, nos imponen límites para lo que podemos hacer
y lo que no podemos hacer. A eso solemos llamarle cultura, en fin, cada pueblo
o nación tiene al suya y su vecino No la entiende. Contravenir estos cánones
socialmente aceptados se convierte en actitudes profanas que suelen pagarse a
un alto costo, que van desde la muerte civil, los flagelos físicos e inclusive
la vida.
Y ¿qué es un mito?, primero que nada, deriva de la
palabra griega mythos, término que,
etimológicamente hablando, hace referencia al discurso o narración de las
gestas de los héroes y los dioses con los que el pensamiento empírico explica
simbólicamente a través de la metafísica el diario vivir del hombre, el origen
del mundo y sus principales instituciones. Como ejemplo podemos citar a Apolo,
el dios Sol, el que lo ve todo, es por ello que encarna la sabiduría y el
conocimiento. Teniendo como hermano gemelo y némesis a Dionisio, dios de la
fiesta y el desenfreno. Demostrando los griegos de esta manera que los seres
humanos tenemos diferentes facetas, púes ambos dioses habitan dentro de
nosotros, ya que tenemos facetas apolíneas y dionisíacas, entre muchas otras,
huelga decir que, así como tenemos dimensiones y oficios, tenemos deidades para
todos los gustos y colores.
En esta constelación de falsos profetas, vendedores de
sueños rotos y mercaderes de causas perdidas, hoy quiero citar a los augures de
la antigua Roma, hablamos de personajes que se dedicaban a la adivinación
mediante la observación del canto, el vuelo y la forma de alimentarse de las
aves. Extendiéndose luego esta Pseudociencia a los fenómenos cósmicos de la
infinita frontera sideral. Cabe destacar que el trueno y el relámpago eran los fenómenos
más importantes empleados por un augur, eran de buen augurio cuando venían de
oriente, y todo lo contrario si pasaban de norte a oeste. Más una vez las
legiones romanas echaron sus pasos hacia atrás para buscar nuevos augurios que
garantizarán una empresa exitosa. En fin, afirma un contemporáneo, cada quien
decide cuánta verdad es capaz de soportar.
Demás está decir que los augures estaban al servicio
de la elite dominante de turno, con todas aquellas cosas turbulentas que se
mueven a raudales por las alcantarillas del poder, que son pasado, presente y
sobre todo futuro. Pero cierto es que no todo en la humanidad es hiel, también hay
algunas mieles, en esta ocasión quiero citar a Diógenes, también conocido como
el perro, quien renuncia toda posesión material para ser libre, pues quien más
desea cosas de este mundo es más prisionero de sus impulsos. Para graficarlo
tenemos el mito de las dos grandezas: Se dice que cierto día Alejandro Magno
visito a nuestro filósofo y luego de presentarse se ofreció a satisfacer
cualquier deseo que este tuviera. Diógenes se negó a tal ofrecimiento, pero
luego de la insistencia, accedió al cumplido y le pidió al conquistador que se
apartara a un costado para dejarlo disfrutar de los rayos de sol que disfrutaba
hasta antes de que Alejandro se hiciera presente con su sombra. Aquí le consulto
querido lector, ¿quién era más grande?, el que no necesitaba nada para ser
grande, o el que necesitaba pasar por encima del medio mundo para ser Magno.
De augures, falsos profetas y cínicos esta minado el
sistema político universal, hay quienes nos mienten por ignorancia y otros que
lo hacen de forma ilustrada, la honestidad es muy bien muy escaso en la
humanidad, en este sentido la pregunta es: ¿alguna vez sabremos dar con la luz al
final del túnel…?
Texto: Romano Paz
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