martes, 11 de diciembre de 2012

El mito de la caverna, desde mi caverna


 
 Deambulo de forma sigilosa y serpenteante por la urbe cruceña, como cualquiera de sus miles de habitantes. Ciudad que entre muchas otras cosas más honrosas se destaca por ser violenta, retorcida y enredada, conglomerado social que ha construido un laberinto de polvo, barro y hormigón, en el que muchos han sido aplastados por la pasmosa mentira de que es una metrópoli ordenadamente anillada.


Aprecio enormemente este mi privilegiado centro del universo, tierra que me da cobijo y sustento, por lo que no puedo dejar de denunciar sus vicios, de los cuales me confieso prisionero, y es que aquí cohabitan dos ciudadanos en un solo individuo, el uno es gobernado por su parte sensorial e instintiva, el otro es un espíritu libre, y ve en la mente su elemento emancipador.
 

Tratar de interpretar mi entorno me resulta difícil sin transportarme a la inmortal Atenas de la antigüedad; en esta ocasión me remito al mito de la caverna, de Platón. Ésta es una metáfora en la que interactúan Sócrates (maestro de Platón) y Glaucón (hermano de Platón), en ella se reflexiona sobre la situación del ser humano frente al conocimiento, haciendo referencia a dos mundos; uno de ellos es el mundo sensorial, que sólo llegamos a conocer mediante nuestros sentidos, el otro es el mundo de las ideas, únicamente asequible mediante el razonamiento.
 
En la metáfora, Sócrates le pide a Glaucón que se imagine una caverna, cuya entrada abierta a la luz se extiende en toda su longitud, allí permanecen desde su nacimiento unos hombres prisioneros, encadenados y anclados de cuello y piernas; inmóviles sólo pueden mirar hacia el muro de dicha caverna. 

Detrás de ellos, a una cierta distancia y altura, hay un fuego cuyo resplandor los ilumina, y entre los cautivos y el fuego hay un camino escarpado por donde caminan unos hombres que cargan todo tipo de figuras –que los sobrepasan– con forma humana, de animales y de mil aspectos diferentes. Además, estos caminantes eventualmente sostienen conversaciones que los esclavos oyen sin comprender, de esta manera los cautivos nunca han visto otra cosa que no sean las sombras proyectadas por el fuego, llegando a creer que éstas son objetos reales.
 

Seguidamente, uno de los esclavos logra liberarse y es obligado a salir a la fuerza de la caverna (sube al mundo de las ideas), primeramente lo que más fácil distingue son las sombras, luego las imágenes de los hombres y los demás objetos que se reflejan en el agua; por último los objetos mismos, llegando a percibir la complejidad del orden cósmico. En el epílogo, el prisionero entra nuevamente en la caverna para comunicar la noticia a los prisioneros, allí intenta explicarles que ha visto la realidad y que ellos viven engañados en un mundo falso de sombras, pero lo toman por loco y se ríen de él.
 
En este sentido, cabe preguntarse, ¿en qué mundo habita nuestra cultura ciudadana y política? ¿Cuántas veces ejecutamos sumariamente de la misma manera en que se asesinó al más sabio del mundo antiguo; Sócrates?, precisamente en este crimen es que se inspira el mito de la caverna. 

Texto: Romano Paz

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