La élite intelectual de una
sociedad tiene entre sus muchos desafíos el de ejercer como una masa crítica
que taladra y martilla con vehemencia sobre la realidad de su espacio-tiempo, para
denunciar imposturas y defenestrar paradigmas anacrónicos. Sin embargo, no
basta con ser críticos del establishment (orden imperante o grupo dominante),
otro de los monumentales retos que debe de asumir una élite intelectual (que se
precie de ser tal), es la de trazar nuevos horizontes académicos y
paradigmáticos. En síntesis, es la primera línea en la denominada “batalla de
las ideas”, lo que el filósofo Karl Marx, bautizara en su momento como el “materialismo
dialectico”.
Se puede decir que los
orgánicos, por afinidad ideológica o a cambio de ciertos “incentivos
selectivos” (sistema de premios y castigos), resultar ser armónicos y
consonantes con el establishment, a ello se debe que en múltiples ocasiones se
pongan la camiseta y ejerzan de feroces “barras bravas”, en una clara expresión
de que solo son una ramificación del cuerpo principal. Mientras que los
intelectuales, por su espíritu libre pensante y contestatario, casi siempre son
discordes a la política dominante y por defecto; ¡incómodos para el poder!
Finalmente, el desafío de
los libres pensantes es no ser absorbidos por el sistema mediante el cebo dogmático
o los incentivos selectivos, mientras que los orgánicos en la mayoría de los
casos devienen en una cosecha pérdida para las ciencias sociales. Pero hay
excepciones, entre los grandes defensores del establishment de su época,
tenemos al insigne filósofo Thomas Hobbes, quien en su obra fundamental el
Leviatán (1561), abogaba y justifica que monarca era el soberano y como tal debía de
detentar poderes absolutos para mantener el orden público, sin la necesidad de
rendirle cuenta a Dios ni al pueblo.
Texto: Romano Paz
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