El Estado boliviano en su era republicana nunca ha estado cerca de ser considerado una democracia plena; sin embargo, es menester mencionar que desde la reinstauración de la democracia en 1982, mediante acuerdos multipartidarios, se habían realizado una serie de reformas y avances para instaurar la independencia de poderes y además fortalecer a las principales instituciones de la democracia.
Esto último se logró con la Corte Nacional Electoral, que llegó a ser una de las instituciones con mayor credibilidad en el país. En contrapartida, resultaron vanos todos los esfuerzos por que los partidos políticos –principales actores de la democracia- practiquen la ‘democracia interna’.
No se avanzó entonces y no se ha avanzado nada en el periodo republicano del denominado proceso de cambio; de allí que tengamos muchos caudillos y pocos líderes; no en vano los actuales dignatarios de Estado se consideran tan imprescindibles para dirigir los destinos del país, tanto, que quieren modificar la CPE para prorrogarse en el poder. ¿Cómo llegamos a esta encrucijada?, veamos:
Con el sistemático desgaste y la poca credibilidad de la que se hicieron portadores los partidos políticos tradicionales, el 2006 asume como Gobierno el Movimiento Al Socialismo (MAS), organización política en la que cohabitaban grupos de izquierda moderada y ortodoxa, además de grupos indigenistas, nacionalistas, globofóbicos y otros arribistas, más pragmáticos que ideologizados, (estos últimos son mayoría en la actualidad).
Los principales ideólogos no demoraron mucho en percatarse de que tenían el Gobierno pero no el ‘poder’, por lo que se dedicaron a desmontar los pocos avances en materia de Estado de derecho, independencia de poderes, transparencia y rendición de cuentas. Para muestra un botón: el Legislativo no es más que un apéndice del Ejecutivo; en las elecciones subnacionales de 2015 una vez más dejaron en evidencia que el órgano electoral se encuentra parcializado con el partido en función de Gobierno y la justicia atraviesa su peor crisis.
Durante la última década se acostumbraron a una implacable estrategia de ataque y confrontación, en la que se descalifica a los adversarios como individuos sin debatir sobre el fondo de los temas planteados; se les ha negado derechos políticos a los empresarios copiando el modelo chino, se habla a nombre de la totalidad del pueblo negando el derecho de representación política de las minorías a la oposición; se censura a las ONG´s no alineadas con la política dominante; se utiliza el clientelismo político para la movilización de conciencias y masas mercenarias y se ha perfeccionando una impresionante maquinaria de propaganda política que incluye intelectuales orgánicos, medios estatales, medios para-estatales y asfixia económica a los medios críticos.
Ante este panorama, los ideólogos del MAS de manera cínica utilizan el concepto de ‘Estado aparente’ de René Zavaleta Mercado, para indicar que hemos transitado hacia un ‘Estado integral’, cuando en realidad lo que se ha instaurado en Bolivia es ‘Gobierno integral’, que se alimenta de un Estado institucionalmente aparente (débil), incapaz de imponerle los ‘límites republicanos’ al bloque instaurado en el poder.
Esto último se logró con la Corte Nacional Electoral, que llegó a ser una de las instituciones con mayor credibilidad en el país. En contrapartida, resultaron vanos todos los esfuerzos por que los partidos políticos –principales actores de la democracia- practiquen la ‘democracia interna’.
No se avanzó entonces y no se ha avanzado nada en el periodo republicano del denominado proceso de cambio; de allí que tengamos muchos caudillos y pocos líderes; no en vano los actuales dignatarios de Estado se consideran tan imprescindibles para dirigir los destinos del país, tanto, que quieren modificar la CPE para prorrogarse en el poder. ¿Cómo llegamos a esta encrucijada?, veamos:
Con el sistemático desgaste y la poca credibilidad de la que se hicieron portadores los partidos políticos tradicionales, el 2006 asume como Gobierno el Movimiento Al Socialismo (MAS), organización política en la que cohabitaban grupos de izquierda moderada y ortodoxa, además de grupos indigenistas, nacionalistas, globofóbicos y otros arribistas, más pragmáticos que ideologizados, (estos últimos son mayoría en la actualidad).
Los principales ideólogos no demoraron mucho en percatarse de que tenían el Gobierno pero no el ‘poder’, por lo que se dedicaron a desmontar los pocos avances en materia de Estado de derecho, independencia de poderes, transparencia y rendición de cuentas. Para muestra un botón: el Legislativo no es más que un apéndice del Ejecutivo; en las elecciones subnacionales de 2015 una vez más dejaron en evidencia que el órgano electoral se encuentra parcializado con el partido en función de Gobierno y la justicia atraviesa su peor crisis.
Durante la última década se acostumbraron a una implacable estrategia de ataque y confrontación, en la que se descalifica a los adversarios como individuos sin debatir sobre el fondo de los temas planteados; se les ha negado derechos políticos a los empresarios copiando el modelo chino, se habla a nombre de la totalidad del pueblo negando el derecho de representación política de las minorías a la oposición; se censura a las ONG´s no alineadas con la política dominante; se utiliza el clientelismo político para la movilización de conciencias y masas mercenarias y se ha perfeccionando una impresionante maquinaria de propaganda política que incluye intelectuales orgánicos, medios estatales, medios para-estatales y asfixia económica a los medios críticos.
Ante este panorama, los ideólogos del MAS de manera cínica utilizan el concepto de ‘Estado aparente’ de René Zavaleta Mercado, para indicar que hemos transitado hacia un ‘Estado integral’, cuando en realidad lo que se ha instaurado en Bolivia es ‘Gobierno integral’, que se alimenta de un Estado institucionalmente aparente (débil), incapaz de imponerle los ‘límites republicanos’ al bloque instaurado en el poder.
Texto: Romano Paz
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