El poder es un tema que ha fascinado por siglos a los investigadores sociales, sobre el mismos se puede afirmar con precisión meridiana que es una realidad socio-política irrefutable, y como tal, está presente en todas las relaciones humanas, indistintamente de sus connotaciones positivas o peyorativas, es de carácter atemporal, indiferente a la justificación paradigmática en que este se funde y no importa la forma que adopte, ¡existe!,
Hagamos un viaje cuántico a los albores de la humanidad, desembarquemos:
En un tiempo remoto, cuando el ser humano no conocía el lenguaje ni la escritura, una de las primeras demostraciones de fuerza y poder que hicimos como especie fue la danza y la música, resulta que estas manifestaciones “culturales” permitían que las voces y los cuerpos se multiplicaran produciendo la ilusión de que participaban muchos más individuos que los realmente disponibles para la defensa o el ataque, esta guerra psicológica buscaba disuadir a los depredadores naturales y evitar una eventual arremetida de los clanes rivales.
Con el paso del
tiempo se fueron incorporando otros elementos disuasorios, como ser tatuajes,
pinturas, plumas, cadenas, huesos, etc…, la imaginación y los recursos
disponibles eran el límite. El objetivo de esta puesta en escena es aparentar
ser un ejército infernal, se pelea protegido por los dioses (tengo mis
sospechas de que lo copiamos del mundo animal, ya que los más venenosos y
peligrosos tienen colores vistosos). En algún punto de inflexión, la danza y la
música adquieren un carácter
más lúdico, pero la coreografía y la disciplina son el ADN de todo grupo de
poder. Ilustremos esto con los tragos amargos de Jerjes I en el paso de las Termópilas
y en la batalla naval de Salamina, y ya que estamos en esta época, imposible no
recordar la batalla de Maratón, dónde pocos vencieron a muchos.
No puedo dejar de pasar por “alto” los penachos, mismos que sirven para incrementar el tamaño de los combatientes y para identificar a los mandos superiores en el teatro de operaciones. A modo de ilustración citemos que, de manera contemporánea, México le reclama a Austria que le devuelva el penacho de Moctezuma, y el acreedor le exige a México que pague la cuenta que propicio el embargo, en este punto muerto, España mira para otro lado.
Sucede que muchas danzas ancestrales han sido conservadas por diversas
sociedades del globo como expresiones culturales y folclóricas. Al respecto,
Elías Canetti en su libro “Masa y poder” describe la danza de la Haka, que en
nuestros tiempos contemporáneos ha cobrado fama mundial al ser ejecutada por la
selección de rugby de Nueva Zelanda: los “All Blacks”. Los historiales de la Haka
son vastos, pues es ejecutada desde tiempos remotos por los aborígenes maoríes que
habitan islas del océano pacífico como Nueva Zelanda, Samoa, Tonga, Fiyi e Isla
de Pascua.
La Haka originalmente era una danza de guerra que debía llenar de pánico
y miedo a todo aquel que la presenciara por primera vez. Es más, cuando una
tropa maorí amiga se reúne con otra, ambas se saludan con un Haka, y ello se
hace con tanta seriedad que un espectador desprevenido teme que en cualquier
momento estalle el combate. En Bolivia, una de las danzas milenarias que hemos
conservado es el ritual ceremonial del “Tinku” que se decanta en un combate
sangriento
La evidencia nos demuestra que el poder está en nuestros genes y se
manifiesta en nuestras tradiciones, cierro la presente columna con la magistral
frase expresada por Nicolas Cage en su interpretación de Yuri Orlov en la
película “El señor de la guerra”: ¿Sabes quién
heredará la Tierra? Los traficantes de armas. Porque los demás estarán
demasiado ocupados matándose los unos a los otros.