Corremos tal cual lunáticos
que pretenden burlar al dios del Averno.
¡Qué! ¿Acaso es posible evitar
el sueño eterno con la pálida dama?
Corremos desde que fuimos despojados
de nuestro paraíso arbóreo,
primero corrimos porque nos
invadía el pánico, luego porque invertimos los roles.
Tal vez corremos para
escapar de nosotros mismos,
de las desventuras en este
lienzo finito que llamamos vida.
Corremos para disfrutar el
viaje y el paisaje.
Corremos para palpar la
inigualable sensación de ser libres.
Corremos para explorar el
horizonte y nuestros propios límites.
Corremos para alcanzar la tan
ansiada meta.
Corremos para disfrutar la gloria
de Sísifo en la cúspide de la montaña,
e inevitablemente precipitarnos al
abismo insondable del eterno retorno,
recordando así que toda
gloria es efímera, el único eterno es el tiempo.
También corremos para recordar
que somos simples mortales,
humanos, demasiado humanos.
Corremos porque en la
llanura de Maratón enfrentamos la aniquilación,
y gracias al beneplácito de Atenea, contra todo pronostico; vencimos.
En aquella infame encrucijada, para celebración de toda la humanidad,
encendimos la llama de la gloria eterna.
En aquella infame encrucijada, para celebración de toda la humanidad,
encendimos la llama de la gloria eterna.
Corremos porque somos
griegos.
Texto: Romano Paz